domingo, septiembre 20, 2009

Nueva York


Hay sitios en la vida que para bien o para mal son parte de ti. Se te han metido en las venas en tardes de domingo mientras veías la televisión y comías relajado unos bizcochos con chocolate que te preparaba tu madre. O te los has topado en esos libros de fotografías que pasan por tus manos rápidamente. O más aún, en viejas canciones que sólo sabes apreciar con el paso del tiempo.

Nueva York es uno de esos lugares. Nueva York forma parte de uno desde que nace.

La primera vez que vine a esta ciudad creo que tenía ocho años. No cogí un avión y mucho menos un barco. Simplemente posé mis manitas delante del escaparate de una tienda de televisores que emitían a un viejo y gris King-Kong subiendo el Empire State con su amada entre gritos. Cartón piedra del bueno. Entrañable y adorable. Pero tuve miedo. Es más, creo que me aparté pese a tener un cristal de por medio. No sé... seguramente que lo hice... con lo que soy yo para las alturas y los monstruos...
Después fueron más las visitas a Manhattan. En libros, sueños, historias de amigos, películas... De todas ellas, la que más me marcó fue la pequeña Audrey Hepbrun que huía de un día rojo de los que tenía desayunando un croissant y un café en el escaparate de Tiffany´s. Ahí decidí que ya era hora de venir a conocer el lugar. Pasaron los años y este verano decidí poner fin a la vieja promesa.

Pero resulta que ya había venido. Una, dos....Tantas veces que ha sido un viaje de recuerdos. De afirmar todo aquello que uno ha sido y ha vivido. Puede parecer tópico. Irónico. Pero Nueva York tiene eso. La sensación de que esta ciudad forma inevitablemente parte de tu vida.

Vine cumpliendo una sueño y me he encontrado encontrando que esta ciudad tenía mucho de mí y tenía que devolvérmelo. Día a día... paso a paso, kilómetro a kilómetro. Habitaciones vacías de mi Espacio Habitable.... Empecemos pues a abrirlas...