lunes, mayo 31, 2010

Peces, árboles...



Hace un par de semanas terminé de leer uno de los libros de la temporada. Al menos para mí. Lo firma Kirmen Uribe y se llama 'Bilbao-New York- Bilbao'... con ese título se podría decir que tenía el éxito asegurado en un chico como yo... Pero el flechazo fue superior. Quizá porque me lo leí de una tacada en Valencia al sol primaveral del mediterráneo, porque habla de seres humanos con historias que vivir, que contar...

'Di tus cosas más íntimas, dilas, es lo único que importa. No te avergüences, las públicas están en los periódicos' (Elías Canetti).

Esta es la dedicatoria del libro. El primer impacto. El segundo, los primeros párrafos:

'Los peces y los árboles se parecen.
Se parecen en los anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol veríamos sus anillos en el tronco. Un anillo por cada año transcurrido, es así como se sabe la edad del árbol. Los peces también tienen anillos pero en las escamas. Y al igual que sucede con los árboles, gracias a ellos sabemos cuántos años tiene el animal.
Los peces nunca dejan de crecer. Nosotros no, nosotros menguamos a partir de la madurez. Nuestro crecimiento se detiene, y los huesos comienzan a juntarse. El cuerpo se encoge. Los peces sin embargo, crecen hasta que se mueren. Más rápido cuando son jóvenes y, a partir de cierta edad, más lentamente, pero sin dejar nunca de crecer. Y por eso tienen anillos en las escamas.
El anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es el tiempo durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca oscura en sus escamas porque su crecimiento es menor durante esta época. Al contrario que en verano. Cuando los peces no pasan hambre, no queda ningún rastro en sus escamas.
El anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero ahí está. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado bien.
Y como los anillos de los peces, los momentos más difíciles van marcando nuestras vidas, hasta convertirse en medida de nuestro tiempo. Los días felices, al contrario, pasan deprisa, demasiado deprisa, y enseguida se desvanecen.
Lo que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las pérdidas delimitan nuestro tiempo final de una relación, la muerte de un ser querido.
Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior."

Todas nuestras vidas tienen muchos anillos: el de compromiso, los círculos vitales que nos fabricamos, el eterno retorno.... y nos marcan a fuego lento en nuestro interior. Y Kirmen Uribe cuenta en esta preciosa novela los anillos de su familia. Los buenos y los malos.

sábado, mayo 08, 2010

Puertas entreabiertas



Hay veces que las puertas es mejor dejarlas entreabiertas. Pese a la corriente o a que pueda entrar constantemente el ruido del otro lado. Es mejor dejarlas así porque sabes que existen, que están ahí. Y lo que hay detrás no lo olvidas. Si lo que ocultan te hace feliz, la luz que entra por aquella rendija siempre te acompaña. Y si te entristece lo que tapa la madera con bisagras, el dejar una pequeña abertura te hace ser consciente de ello. Y refuerza tus defensas.
Nunca cierres del todo las puertas porque nunca estás seguro de que las vas a mantener así. Cerradas. Eso es imposible saberlo. Y si alguna vez las reabres, el golpe puede ser muy duro. La rendija que abres suelta todo de golpe y duele. Duele mucho si no te has defendido durante tiempo con su presencia.
Esta mañana yo abrí una puerta que cerré en noviembre. Durante un rato mi estómago se encogió, me tembló el cuello y me picaron los ojos como en los viejos tiempos. Por un rato, eso sí. Que el destino me procuró rápido una salida de escape con una sonrisa. Por eso me arrepiento de haber pensado que las puertas es mejor dejarlas cerradas de todo. Porque sentí dolor y tristeza. Volvieron viejos fantasmas.
Y cuando me recuperé del golpe me prometí no volver a cerrar del todo las cosas porque las cosas vuelven cuando menos lo esperas. Por eso es mejor tener defensas, saber qué hay detrás de cada puerta que abrimos y cerramos.

sábado, mayo 01, 2010

Reencuentros


Todos en la vida tratamos de llevar un camino recto. En línea decidida hacia no sabemos dónde. Buscamos la dirección que une dos puntos de la manera más directa. ¡Rápido, rápido, sin mirar atrás! Como en los arcenes y separaciones de las carreteras por las que circulamos con nuestros coches: un dibujo recto sin recovecos.
Pero resulta que las carreteras tienen curvas, altibajos, las líneas se rompen, se separan y se vuelven a unir... Y la vida también sigue el mismo destino. Nuestro camino recto se tuerce, se desvía... retrocede, marcha entre pausas... y vuelve hacía atrás.
Este fin de semana tres amigas se encontraron en Pamplona tras años sin verse. Había nervios, risas, miradas perdidas.... felicidad. El sol calentaba la ciudad en la Plaza del Castillo y la ciudad mostraba una de sus caras más bellas desde el balcón del Orfeón Pamplonés. La que vivía en Pamplona las recibió con un abrazo intenso. Y el tiempo se paró un momento para correr hacia atrás... Quince años atrás.
Las palabras brotaban a borbotones, los gestos eran nerviosos y las risas salían con extremada naturalidad. Todo iba rápido en un escenario nuevo. Hablaban y se miraban recordando todo lo que habían vivido. Pasaban entre sus manos fotos de hijos, de lugares. Se contaban entre cervezas y vinos proyectos; y construían juntas el recuerdo de todo lo que habían vivido en su camino recto.
Su carretera vital esa mañana giró bruscamente y miró hacía atrás. Retrocedió en el tiempo y les hizo entenderse mejor, comprender por qué son cómo son. Durante unas horas su camino recto se torció amablemente y el mío sin formar parte de su historia también lo hizo. Parecía como si hubiese vivido sus "encerronas" en bares de Pamplona, los míticos platos de pasta de los domingos, las máquinas de escribir bajadas a la Universidad o las excursiones en el viejo coche de una ellas.
Me hicieron aprender lo importante que puede ser conservar aquello que quieres y que muchas veces el camino recto que queremos seguir nos obliga a abandonar. Que la vida es una curva constante y que los destinos rectos no existen. O si existen son demasiado aburridos. Que hay que recordar, sin nostalgia, eso sí. Hay que recordar para no olvidar cómo es realmente uno, para entenderse y entender todo lo que nos rodea.
Porque el tiempo gira, no es recto por mucho que nos empeñemos. Y como las estaciones o los días, todo lo bello vuelve de manera diferente como ese sol de primavera en la Plaza del Castillo.