martes, octubre 11, 2011

Oscuridad



Ahora que empieza a oscurecer antes, que en un par de semanas tendremos una hora más de noche, yo miro al cielo frío todos los días cuando salgo tarde del trabajo. La oscuridad no me asusta. Me he acostumbrado a ella. A sus silencios. A oír mis pasos por las calles desiertas de Logroño cuando salgo del trabajo. Ahora que empieza a oscurecer antes, he decidido encender una luz nueva. Llena de ilusión.

No va a ser muy complicado. Ya me lo ha explicado mi sobrino con 'su seriedad'de cuatro años: "Te voy a enseñar algo sorprendete. Mira entre los árboles y fíjate en el punto blanco que cada noche sale. Es la lunaaaaa!" . Y cuando me espetó semejante verdad salimos los dos corriendo en su búsqueda. Como dos niños que somos. Los dos... A veces yo más que él... más de las que me imagino...
Pero como digo salimos corriendo a su búsqueda entre las calles sin miedo a la oscuridad que poco a poco se iba metiendo en los recovecos de cada acera. Y el reía en cada esquina diciéndome "¡Ahí está! ¡Que grande! Sin miedo tíoooooooooo" y yo reía y corría con él. Sin mediar palabra, solo mirando al cielo. Un cielo que cada vez me iluminaba más. Me quitaba de encima todas las cosas malas que ese día me habían oscurecido.

Y cuando llegamos a su casa me hizo prometer que al día siguiente volveríamos a buscar a la luna. Para quitarnos el miedo. Para quitarnos la oscuridad que se nos iba apoderando durante el día hasta convertirnos en noche.

El problema fue que no cumplí su promesa porque la maldita rutina no me dejó hacer aquella cosa importante que tenía que hacer al anochecer. Antes de mi anochecer habitual....

Por eso me he prometido que voy a encender una luz nueva todas las noches. Mirar a la luna aunque esté nublado o no se vea. Correr con la mente por las calles. Aprender de la oscuridad y nunca más no cumplir una promesa. Y ahora que empieza a oscurecer antes, que en un par de semanas tendremos una hora más de noche puede ser la mejor solución para impedir que lo malo nos consuma.

martes, octubre 04, 2011

semillas


Hace un año, por estos días de otoño planté una semilla que durante todo este año ha estado creciendo. Poco a poco. Con las lluvias de octubre, aquel 31 de octubre lleno de agua, fue cogiendo cuerpo. Luego llegó noviembre, las nevadas de diciembre. Frío y algo de incertidumbre... pero la semilla fue creciendo.
Y no voy a hablar de la primavera más que lo justo, que fue muy intensa y bonita. Ni de el verano eterno de sol, conciertos y pulseras... Porque el año casi ha pasado. Y ahora, sentado delante de este ordenador siento que la semilla sigue creciendo. Que le queda mucho camino por recorrer.

Por eso hace quince días, en el último fin de semana del verano, recogí en Francia una bellota que cayó a mis pies. Y tras dar gracias a que no me diera en la cabeza, seguí el consejo del padre de un amigo: "Guárdala cuidadosamente en el bolsillo pequeño de tu pantalón. De vez en cuando tócala y comprueba que se va secando lentamente. Y cuando se agriete y al moverla oigas la semilla, entonces plántala y cuidala. Verás como te da suerte."

Y aquí estoy. Plantando de nuevo. Un año después, una nueva semilla. En tierra firme. Durante estos quince días ha sido mi fiel compañera en el pantalón y ahora tiene un lugar nuevo en una maceta. Y pienso verla crecer. Esperando que me de suerte. Mucha suerte...