sábado, mayo 08, 2010

Puertas entreabiertas



Hay veces que las puertas es mejor dejarlas entreabiertas. Pese a la corriente o a que pueda entrar constantemente el ruido del otro lado. Es mejor dejarlas así porque sabes que existen, que están ahí. Y lo que hay detrás no lo olvidas. Si lo que ocultan te hace feliz, la luz que entra por aquella rendija siempre te acompaña. Y si te entristece lo que tapa la madera con bisagras, el dejar una pequeña abertura te hace ser consciente de ello. Y refuerza tus defensas.
Nunca cierres del todo las puertas porque nunca estás seguro de que las vas a mantener así. Cerradas. Eso es imposible saberlo. Y si alguna vez las reabres, el golpe puede ser muy duro. La rendija que abres suelta todo de golpe y duele. Duele mucho si no te has defendido durante tiempo con su presencia.
Esta mañana yo abrí una puerta que cerré en noviembre. Durante un rato mi estómago se encogió, me tembló el cuello y me picaron los ojos como en los viejos tiempos. Por un rato, eso sí. Que el destino me procuró rápido una salida de escape con una sonrisa. Por eso me arrepiento de haber pensado que las puertas es mejor dejarlas cerradas de todo. Porque sentí dolor y tristeza. Volvieron viejos fantasmas.
Y cuando me recuperé del golpe me prometí no volver a cerrar del todo las cosas porque las cosas vuelven cuando menos lo esperas. Por eso es mejor tener defensas, saber qué hay detrás de cada puerta que abrimos y cerramos.

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