martes, octubre 30, 2012

Ventanas



Es bueno asomarse a ventanas. Descorrer la cortina y abrir bien los ojos para ver lo que hay tras el cristal. Acercar la cara, ver cómo la respiración empaña el vidrio y respirar el leve frío que consigue atravesar el muro transparente que nos separa del exterior. Dejarse llevar por lo que uno ve detrás. Con todas las consecuencias.



Las vistas pueden darnos muchas pistas de cómo son las cosas. Desde ellas, podemos toparnos con un muro cercano que no nos deje ver realmente lo que está pasando a nuestro alrededor y deberíamos tirarlo de una vez por todas;  podemos ver un bello paisaje de luz con gente paseando y riendo como nuestra felicidad; o ver un horizonte de invierno gris.... Hay tantos paisajes como ventanas y personas. Infintos.

Yo tengo alguna ventana desde la que mirar. De alguna ya he hablado en este pequeño Espacio Habitable... Agujeros sobre la pared que más de una vez me han ayudado a seguir adelante cuando más lo necesitaba. De hecho, ahora mismo escribo en frente de mi ventana favorita, desde la que más veces he mirado el mundo que me rodea.

Es bueno asormarse a ventanas, sean grises o de colores vivos... sean de madera o de metal. Mirar a tu alrededor y entender lo que pasa. Para no perde la persepctiva y saber siempre que lo importante está tan dentro como fuera.


martes, julio 24, 2012

Buen camino...


Siempre me ha gustado caminar. Y eso que mis pies son bastante sensibles. Mi amiga A. me llama "ampollitas"...jeje... Pero a mí eso me da igual. Se explotan o se descansa para que bajen y ya está. Luego a caminar, a seguir dándole a los pies. Porque cuando uno anda ve el mundo: Casas, baldosas, árboles, gentes, perros, cielos azules, nubes, ruidos, sueños... y se ve a uno mismo. Sobre todo eso. A uno mismo.
Por eso me voy a caminar un rato. Unos días. Caminar en soledad. De Roncesvalles a Estella. 4 días. Me voy a hacer un pedacito del Camino de Santiago.

Hace unos años, en una tarde de otoño, una maestra de las de siempre nos contó a los pequeños que ese día tenía que cuidar porque su profesora estaba enferma una historia para pasar la última hora de clase. Nos habló de un lugar lejano, a unos 700 kilómetros de Pamplona, la 'ciudad-mundo' que para nosotros, pequeñajos de 8 años era todo lo que éramos capaces de abarcar.
"En ese lugar, unas estrellas descendieron del firmamento", contaba, "y unos pastores se acercaron al lugar para ver donde habían caído. Allí se encontraron una caja de madera con unos restos mágicos... Tan mágicos que descubrieron que era Santiago, el apóstol más viajero de los apóstoles... Y decidieron fundar una iglesia allí mismo con el nombre de Santiago de 'Campo Estrella', en honor a las estrellas que cayeron del firmamento."
Nuestros ojitos miraban asombrados la maravillosa historia contada con mimo por la maestra: "La iglesia se convirtió en ciudad. La gente iba a ver el santo sepulcro. Miles de personas caminando siguiendo la vía láctea, esa marañana de luces que se puede ver en el cielo y que llevan a Santiago. Santiago de Compostela, Santiago de Campo-Estrella"
Esa fue la primera vez que tuve referencia, al menos que recuerde del camino. Luego vinieron historias menos populares, el viajar a Roncesvalles, pintar flechas y viajar monumentos.
Y no fue hasta el verano del 2001 cuando fui a Santiago cuando tomé la decisión de que algún día haría el camino. Era emocionante ver cómo entraban los peregrinos a la Plaza del Obradoiro entre lágrimas. Y yo quería vivir eso.
Pues bien. A plazos voy a empezar a cumplir objetivos y me voy a Roncesvalles esta tarde. Con una mochila pequeña y un matojo de nervios. A seguir la flecha. A seguir caminando. Qué mejor que caminar...

martes, junio 19, 2012

Canción de París.


Hay veces que cuesta transmitir. Uno se bloquea. Un pequeño nudo de dudas tapona la garganta y las palabras no fluyen. No se sabe qué decir. Agonizas en el silencio. Y llega la frustración.
Cuando eso me pasa recurro a unos de los bienes más preciados que hay en el mundo: La música. Mi mente recorre todos los temas que he escuchado en mi vida y busca la melodia perfecta. La que me ayude a seguir adelante. Y hay veces que esa canción se convierte en un hito musical asociado a un estado de ánimo, un paisaje o una persona. Un espacio para recordar.

¿Y puede tener París una canción? Me llevé muchos temas en mi ipod como referentes. Sonó Les Champs Elysees, La Foule Sentimental, los temas de Yan Tiersen para Amélie, algo de Jacques Brel, y mi colección de pop francés... Pero dio la casualidad de que el último día, mientras visitaba La Conciergerie me viniera a la cabeza el tema definitivo. La banda sonora perfecta. Y no era en francés.

Hace unos años, en un cine de Pamplona, una conocida canción se me clavó en el corazón. Ya la tenía escuchada y bailada en bares a altas horas de la noche... Pero fue oírla en aquella fiesta absolutista para darme cuenta de lo perfecta que quedaba en la película. La joven Maria Antonietta celebrando su cumpleaños lleno de excesos como si no hubiera un mañana. Presintiendo que no va a haber un mañana... Sabiendo que no va a haber un mañana... 

Se trataba del 'Ceremony' de New Order en la película de Sophie Coppola 'Marie Antoniette'. Fiesta y derroche francés acompañada con una canción inglesa perfecta desde la primera nota. 


Varias noches me acompañó de vuelta a casa en Gijón. Me montaba en mi bicicleta, conectaba el ipod y trataba de sonreír en la oscuridad en la que vivía. Interiorizando su ritmo lacónico y serio. Ese era el espacio que ocupaba la canción. Siempre la asociaba a esa vuelta a casa, cansado lleno de reproches y nostalgias... Esa canción era Gijón hasta que llegó París. Y ahí, cambió todo.

Viendo la sala donde aguardaba su muerte la reina más famosa de Francia las primeras notas me vinieron a la cabeza rápidamente. Y ya no me la pude quitar de la cabeza. Recordaba la película, que aunque a muchos no gustó, a mi me pareció una preciosidad pop. Y empecé a sonreír. A volar con la imaginación y a recordar todo lo que había vivido en París. La lluvia, los pies cansados, el sol, los parques interminables, las gabardinas, el Sena, carreras para coger el metro, la tumba de Baudelaire, chisporroteos de la Torre Eiffel, Amélie, postales, excesos, un jardín al sol, la Victoria de Samotracia, Cezanne, Miguel Ángel y las vistas del Sacre Coeur... Todo lento y acompasado con este tema. Como en la película de Sophie Coppola... un devenir de imágenes guardadas con nostalgia de los buenos tiempos... Me iba despidiendo de París con el maravilloso sonido de la guitarra. Esa voz seria y callada de Ian Curtis me ayudaba a decir adiós. Adiós a París y al viejo recuerdo de Gijón.

Así que cuando me monté el tren conecté mi Ipod y busqué el tema. El traqueteo comenzó y miré por la ventana. Le di al play con dedo índice y sin decir una palabra escuche una vez más la canción. El tema que desde hoy me ayuda a explicar qué es para mí París. París es esta canción.


lunes, junio 04, 2012

Victoria

Siempre me han gustado los museos. Me acuerdo de lo emocionado que me sentí cuando con quince años una profesora de Geografía e Historia, Merche, nos llevó por primera vez fuera de las horas lectivas a ver el Museo de Navarra como una actividad social. Íbamos nerviosos. Como si fueramos a ver la pinacoteca más grande del mundo y era un museo de provincias coqueto y sencillo. Pero daba igual. Para nosotros era algo fundamental. Teníamos la sensación de que íbamos a descubrir alguna verdad, algo importante. Algo que nos explicara a nosotros mismos. Y bueno, quizá no fuera para tanto... pero recuerdo que al terminar nos tomamos un 'mosto' en uno de los bares de txikiteo cercano. Y ella brindo con nosotros por "un futuro lleno de arte y diversión".

Pues bien. Han pasado los años y aquel brindis, querida Merche,  nunca lo olvidé. Luego llegaron otros centros, otras experiencias artísitcas... y siempre la misma ilusión de que cuando uno entra a conocer un Museo va a abrir una parte de él desconocida. Para bien o para mal. El arte es algo más que dinero o técnica. Es sentir. O por lo menos así lo veo yo desde mi propia experiencia personal (quizá lo más valioso que cada uno podemos tener). El arte es puro sentimiento. Olvidarse de prejuicios y buscar entender las cosas por lo que nos transmiten. Y si no transmiten nada, pues asumir que para uno no es arte; pero que para otras personas puede serlo.

Por eso, cuando en Louvre me reencontré con la Victoria de Samotracia me derrumbé. Jamás he visto una obra de arte mejor expuesta. Ni 'Las Señoritas de Avignon' del MOMA, las interminables pinturas italianas de la Galería de los Uffici,  ni mi querido Modigliani, ni las preciosas Meninas en el Museo del Prado o por su puesto la agobiada Giocconda en el mismo museo francés. 
Tras una enorme escalinata de piedra forjada y sobre un pedestal de piedra espera tranquila que la visites. Subes tranquilamente la escalera mientras la luz de la estancia se transforma en serenidad y tus pasos cada vez son más ligeros. Y de pronto... allí esta esa escultura sin brazos pero con dos alas de ángel preciosas. Sin cabeza pero andando con paso firme hacia la victoria, hacia la grandeza.

Esta escultura griega fue descubierta en 1863 en la isla que le da nombre. Merche nos contó su historia en una des sus clases y sé que ella la adoraba. El pedestal de la obra de arte es la proa de un barco. Una base igual de bella que la escutlura y sin la cual, no se puede entender esta obra de arte.  Porque la Victoria de Samotracia viaja en ese pedestal desafiando al viento que mueve sus ropajes. Extendiendo sus alas... Hacia adelante... Viajando hacia el futuro sin miedo. Sin ningún tipo de miedo.


domingo, junio 03, 2012

Guías de felicidad


Las ciudades tienen sus faros. Algunos son pequeños, no tocan las alturas. Son plazas, calles empedradas, esculturas o simplemente un sentimiento común de sus ciudadanos. Otras presumen con orgullo de ellos. Y los exhiben hasta el infinito. Tocando el cielo. Que para eso son faros. Guías de ciudad.

París tiene uno de los faros más impresionantes del mundo. Junto al Trocadero en la orilla derecha del Sena, una torre de hierro saluda al visitante coqueta y altiva. La Torre Eiffel.


Mide 300 metros. Es un esqueleto con vida propia. Un esqueleto de hierro marrón y gris que tiene que soportar, después de haber sido repudiada en sus orígenes, a centenares de turistas que hacen colas infinitas para subir unos pocos minutos en su interior.
Geométricamente perfecta, uno no puede dejar de mirarla. Siempre con el cuello en alto. Como se obseva el cielo en una noche de verano estrellada. Con los ojos bien abiertos y en silencio. Soñando. Pensando en cosas felices... Así es como la conocí. No podía dejar de mirarla y admirarla. Y entendí por qué los parisinos y los franceses la adoran tanto hasta el punto de convertirla en un símbolo nacional. Porque si hay que elegir un faro de refencia en nuestras vidas, qué mejor que una torre que sólo transmite felicidad y paz.
No encontré a nadie en el Campo de Marte, el jardín que gentilmente se ofrece a la Torre como sala de visitas, que no sonriera como un niño ante la dama de hierro. Todos hablaban entre ellos, bebían vino francés en pic-nic improvisados, se daban la mano... pero cuando miraban a la Torre Eiffel el silencio se imponía y los ojos eran los únicos que hablaban.
Yo hice lo mismo. Hablé con ella. Le di las gracias por el viaje y lo que me estaba deparando. La suerte que estaba teniendo en estos últimos dos años y le prometí que, aunque tengo mis referentes,  mis anclas, ella iba a estar siempre presente cuando la tristeza quisiera volver a ocupar espacio en mi terreno. Iba a ser mi Guía de felicidad.
Cuando terminé de proponerselo, dieron las nueve en punto. Y de pronto, durante diez minutos, la bella Eiffel empezó a chisporrotear. Parecían miles de luciernagas que se habían incrustado en los tornillos que fijaban la estructura de hierro. Impresionante y sencillo. Destellos de sencilla felicidad.
Todo el mundo callaba. Miré a mi alrededor. Todos mirando el faro. Hablando con él. Buscando su guía. Su feliz guía.

viernes, mayo 25, 2012

Paraíso Infernal



En la capital francesa hay una vía por la que pasean los seres humanos buscando la felicidad. Su origen, según la mitología griega, es infernal. Pero no importa. Según los griegos era un infierno delicioso en el que las notables almas paseaban por sus terrenos sin querer volver a la vida. Entreteniéndose en cada baldosa.
Y ahora, en París, seres humanos de toda clase pisan firme el suelo sin querer marcharse en un lugar que recupera ese nombre de origen griego. Buscando algo, buscando la felicidad. Sin desear abandonar 'Les Champs Elysées'.

Porque si hay una Avenida en París, es ésta. Nadie puede resistirse a su encanto. Amplias aceras llenas de tiendas y cafés abarrotados. Y como en un infierno terrenal, en sus dos orillas puedes encontrar lo mejor y lo peor del mundo. Una anciana que ayuda a un par de turistas a encontrar una amiga perdida; un par de parisinas que no paran de ridiculizar a todos los viandantes; turistas perdidos con los ojos asombrados... y ofertas para viajar en un Ferrari descapotable por las calles de París durante 20 minutos al 'módico' precio de 300 euros.
Los Campos Eliseos siempre me recordaban al inicio del verano. A una televisión grande y sin mando a distancia en la que veía a Indurain recorrerlos allá por Julio, cuando San Fermín era un recuerdo fresco. Esa amplia avenida que va desde la Plaza de la Concorde, donde mataron a María Antonieta, hasta el Arco del Triunfo está grabada en mi retina con orgullo patrio.
Luego llegaron canciones míticas dedicadas a este rincón francés que cantaba sin parar cuando bajaba al instituto en primavera y me imaginaba comiendo un helado y paseando como si fuera un parisino más.  Por eso, cuando pisé por primera vez Les Champs Elysées la nostalgia se apoderó de mí. Y quise recorrerla rápido hasta el Arco del Triunfo sin que la tristeza infernal me robara la belleza del lugar.  Pasé rápido por tiendas de coches que parecían boutiques, bristos impresionantes, las mejores tiendas franquiciadas de la historia (Zara incluído) y un sin fin de árboles en los que reguardarse a la sombra esperando que la fina lluvia que empezaba a caer no te calara tu feliz corazón.
Y cuando estaba alcanzando la meta, cuando el Arco del Triunfo tomaba sentido, un pequeño acordeón inició aquella canción que tanto canté.

"Aux Champs-élysées, aux Champs-élysées
Au soleil, sous la pluie, a midi ou a minuit,
Il y a tout ce que vous voulez aux Champs-élysées"
 
(En los Campos Eliseos, en los Campos Eliseos,
con sol, con lluvia
a mediodía o a medianoche
hay todo que usted desea en los Campos Eliseos) 
                    

Y de pronto todo volvió la nostalgia se esfumó. Volvía a disfrutar del paseo. Miré hacia la Plaza de la Concorde y un mundo amplio y magnifico se presentaba ante mí. Lleno de grandiosidad. Grandiosidad parisina. Magnificiencia francesa. Felicidad Infernal. Todo en un mismo lugar: Les Champs Elyseés.

martes, mayo 08, 2012

Un souvenir de París



Hay sitios que te convencen en cuanto pisas su primera baldosa. No hace falta más. Debe ser algo que te entra por los pulmones y va directo a tu cerebro. Se cuela en tu percepción de las cosas, y ya puedes estar cansado, tener un mal día, andar con frío, o lleno de prejuicios que todo se transforma como si una inmensa tormenta hubiera caído y barrido lo demás.

Por eso quizá cuando el 30 de abril puse mis pies en el tren que salía de Hendaia, empezó a llover como si no hubiera un mañana. Para que cuando llegara a mi destino deseado, si quedaba algo que no me iba a gustar corriese corriente abajo por ríos y manantiales. Rápido... sin descanso. Limpiando mi alma para recibir a la ciudad que más he nombrado en mis viajes imposibles... París.

Y de pronto dejó de llover. Bruscamente. Las nubes se relajaron...

Cuando llegué a Montparnasse, la ciudad de la luz me recibió con un sol primaveral de esos que te hacen sonreir. Miraba por la ventana sorprendido y feliz. Buscaba algún referente que me dijera que era real... Que estaba en París... Y allí estaba, antes de parar, el faro de la capital francesa, la Tour Eiffel. Se veía a lo lejos. Pequeñita y coqueta.... Luego cambiaría... claro...

Y fue pisar la primera baldosa de la estación y sentir que este lugar iba a cumplir con creces mis espectativas. Mis Converse azules gastadas se fijaban al suelo parisino como si no quisieran despegarse. Y yo pensé: "Tranquilas... váis a cansaros de andar por estas calles. Quizá os arrepintáis de esto que pedís ahora..."

Porque iba a deborar París. Iba a cumplir con una apretada agenda para tratar de no dejar sin ver un sólo rincón que mi pequeña imaginación había fantaseado. Estaba en París. La ciudad del viaje maldito. En primavera. Y había que disfrutar... Pues bien... que empiece el viaje...

lunes, mayo 07, 2012

Anclajes


Lo conozco desde hace unos años. La primera vez que lo vi no me hizo gracia, me pareció el típico engreído que todo el mundo admiraba. Cuánto me equivoqué... Nunca hay que fiarse de la primera impresión. Nunca. Siempre suele ser equivocada si vas con prejuicios por delante.

La segunda vez que lo vi, en un chigre a la salida del curro, pasé a admirarle y quererle como a un hermano.

Porque siempre ha estado ahí. Siempre con su sonrisa inmensa. Sus ganas de comerse el mundo y de vivir. Y aunque pasó baches, como todos en esta vida, su mirada vuelve a ser de las más brillantes que conozco.
Mi 'hermano maño' tiene como yo un blog. Pero el suyo es mejor. No cabe discusión alguna. Se llama 'Remartini'. Con él me he alimentado de su presencia en la distancia. Él vive cerca del mar y yo regresé a mi tierra. Por eso, para saber de él y de sus cosas, además de nuestras citas telefónicas, de fin de semana, y de algún que otro eterno festival de felicidad... acudo a su blog. Y leyendo sus líneas como, río, bailo y aprendo con él.

El otro día escribió esta perla. Esta valiosa perla dedicada a su sobrina y ahijada Daniela:

-Bueno, escucha, Daniela: empieza a buscarte ya evidencias de felicidad como éstas. Te lo digo porque te quiero y como padrino tuyo que soy. También te digo que si cortas una loncha de sobao de tres o cuatro centímetros de grosor, le pones encima otra de micuit, y salpicas un poco de sal Maldon y de confitura de naranja amarga, o de una salsa sabrosa que tengas por casa, te caes de espaldas, pedazo de tosta dulce y salada la que te zampas. Pero hasta que sepas prepararla, recuerda: en el futuro necesitarás anclajes, para superar los males y sobre todo para compartirlos con la gente a la que quieras. Un libro, un bar, una receta, una marca de magdalenas: lo que sea. Pero que sea tuyo y que siempre te puedas agarrar a su realidad

El mundo se paró. Y quise tenerle cerca para darle uno de esos abrazos que se merece la gente que dice algo importante, algo que te trastoca y te hace ser vulnerable. Y me sentí afortunado. Una de las personas más afortunadas de este mundo por concer gente así.

Y no me cuesta decirlo hoy, tras un viaje maravilloso a París, un nuevo proyecto personal, una primavera que le está costando llegar y unas ganas enormes de que llegue julio para volver a Alburquerque y su felicidad; que él es uno de mis "anclajes".

De mis sencillos y necesarios "anclajes"

domingo, marzo 11, 2012

Pessoa

Hay en Lisboa un lugar bonito y silencioso. No tiene vistas al barrio de Alfhama, ni sus suelos son preciosos adoquines de piedra. Tampoco se puede ver el tranquilo fin del río Tejo (El Tajo para los de este lado de la frontera) ni saludar a los turistas que sonríen con el traqueteo del tranvía...
Es un lugar donde se respira paz. Luz y paz. Está un poco escondido. Hay que saber buscarlo... El turista poco precavido puede que pase a su lado y no se dé cuenta de lo que tiene delante. Está en Belem. En el Claustro del Convento de los Jerónimos. En una de sus cuatro paredes. Escondido. Un monolito. La tumba de Pessoa.

¡Una tumba! Si... Una tumba. Un monolito a uno de los escritores más maravillosos que ha dado ese país que tenemos al lado y que tanto ignoramos. Quizá el mejor.

"Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas
la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos."

Así se describe. Y así vivió. Siendo él suyo propio, suyo de sus cosas, de sus destinos, disfrutando humildemente de todo lo que tenía.

Ahora está enterrado allí. En ese espacio sencillo con una piedra central. Porque ese monolito tiene cuatro escritos que son cuatro verdades vitales. Y uno de ellos, firmado por uno de sus pseudónimos, me lleva acompañando años:

(Para ser grande, se entero. No borres ni exageres nada. Sé todo en cada cosa. Pon como mínimo cuanto eres en cada cosa que hagas. Así, en cada lago la luna brillará alto porque vive plena)


En mi último viaje a Portugal me "autoenvié" una postal con este poema. Le ha costado llegar... ¡Pensé que se había perdido y todo!... Pero la semana pasada mi buzón tenía reservada una sorpresa quizá para que ahora que se acerca la primavera y todos empezamos a despertar, recuerde firmemente las frases de Pessoa. Y así lo voy a hacer. Quiero ver la luna alta y feliz.


lunes, febrero 20, 2012

Viajes


El día está despejado. Una de esas atmósferas luminosas y frías que te hacen sentirte pequeñito. Intrascendente. Pero a la vez tienes la sensación de que lo que haces importa. Que todo tiene sentido.

Suena música tranquila en mi ordenador. Estoy bebiendo un té y me acabo de apretar la bufanda. Me gusta sentirme así. Me gustan estos días despejados donde las ideas están claras y los ojos no se cansan de estar abiertos. Días felices de invierno. Días de paz.



Ayer rompí veinte años de maleficio y cumplí un sueño que siempre se quebraba. Ayer destrocé mis temores y mis viejos mitos de "lugar gafado". Ayer.. por fin... Compré un billete para conocer la ciudad que siempre me espera; que más conozco sin haberla pisado; que más he recorrido en mis libros de texto de EGB... esa que siempre "nos quedará"....

Ayer compré un par de billetes para París. Y esa ciudad me espera en Mayo. Por fin. La primavera se ha adelantado. ¡Viva!

miércoles, enero 18, 2012

El país del silencio


Con cinco años aprendí a leer soñando. Las letras eran una gran familia. La pequeña 'a' jugaba con sus amigas la 'e', 'o' y 'u'. Corrían mil aventuras con 'i' y se iban de paseo por el país de las letras. Vivían con su mamá la señora 'm' y con el papa 'p'. Cerca estaban las tías 'n' y 'ñ' con las que pasaban tardes. Además, ¡Iban a la escuela y todo!... allí el profesor 'f' les daba clase y el jardinero 'j' regaba su jardín...

Y yo con los ojos bien abiertos tragaba esos garabatos e historias con ilusión. Los pintáramos en las pizarras con tizas de colores y soñábamos que nos íbamos de excursión con ellas.... A conocer por qué 'z' siempre dormía o dónde se compraba los sombreros la coqueta 't'.

Hasta que un día uno de esos sueños se cumplió: Conocimos el pequeño país de la 's'.

Con cinco añitos nos llevaron al país del silencio. Un lugar tranquilo, de casitas de varios tamaños en la ladera de un monte. Un sitio en el que estar en silencio y que la maestra (porque aquello eran maestros, grandes y amados maestros) nos pidió que pasáramos en silencio con nuestro dedito índice en la boca. ¡Qué felices éramos! paseando por esas cuatro callejuelas conociendo el país de la 's'.... Con sus jardines cuidados y su columpio de hierro.

Pasó el tiempo. Las letras imaginarias se marcharon para no volver jamás. La pequeña 'a' dejó de ser una coqueta niña para convertirse en un garabato que escribir rápido primero a mano y ahora casi siempre pulsado en el extremo izquierdo de la segunda línea de un ágil teclado de ordenador. Aquellos países se apagaron. Todos menos uno. El que conocimos en aquella excursión. Porque el país de la 's' estaba cerca de aquel colegio. En las laderas del monte San Cristóbal. Su nombre Ansoáin. Ansoáin Viejo. Qué cerca estaba... Cuántas veces lo habíamos visto y sin embargo que mágico nos pareció aquella tarde. Así es la infancia y sus cosas.

Hoy, casualmente, he vuelto a pasear por él. Y me he sonreído con la ilusión de mis cinco años. Y tras una pequeña duda vergonzosa he vuelto a recorrer esas cuatro callejuelas ahora mejor conservadas, he visto el viejo columpio desgastado y he vuelto a ponerme el índice en la boca para no molestar a la señora 's' tal y como me lo pedía mi maestra (mi gran maestra). Renovando la tradición. Pidiendo que vuelva la inocencia perdida, el país que nunca debió marcharse, ese que me hacía soñar y no parar de soñar.

domingo, enero 15, 2012

Naranja

Siempre he tenido predilección por las casas en los acantilados. Solas. Altivas o indefensas. Transmiten algo allá donde estén. Parecen personajes de esas novelas frías de invierno que tanto he leído. En fin... Siempre he querido entrar en una de ellas y mirar desde una de sus ventanas.
En Biarritz, uno de mis lugares de escapada, hay una casa que despide al sol todas las tardes de una manera explendida. Despacio, dejando paso al amarillo, al naranja entre humedad, salitre y paz.

Hace unos días regresé a este lugar para hacer revisión de todo lo que he vivido en los últimos meses. Subí las escaleras que conducen a los acantilados más inseguros y miré al horizonte siempre con la casa como referencia. Entonces empezó a atardecer como no lo hizo nunca. Se levantó un poco de viento, las pocas nubes existentes dejaron ver el sol despacio y el mar empezó a lavar las rocas con rotundidad. El sol se convirtió en una bola naranja que inundaba todo. Las tablas de madera donde estaban mis pies, mis manos, mi cara... la casa. Todo naranja... Un naranja de paz y tranquilidad.

Y no dejé un momento de mirar esa casa anaranjada que entre ola y ola se dejaba querer por el mar. Y mientras el sol se despedía cada vez más naranja me prometí volver siempre que pueda a este lugar. Solo o acompañado. Que la paz que sentí es algo que quiero vivir siempre. Por eso, estos días de inquietud busco lugares de paz como éste. Lejos o cerca. Cerca o lejos.