lunes, junio 04, 2012

Victoria

Siempre me han gustado los museos. Me acuerdo de lo emocionado que me sentí cuando con quince años una profesora de Geografía e Historia, Merche, nos llevó por primera vez fuera de las horas lectivas a ver el Museo de Navarra como una actividad social. Íbamos nerviosos. Como si fueramos a ver la pinacoteca más grande del mundo y era un museo de provincias coqueto y sencillo. Pero daba igual. Para nosotros era algo fundamental. Teníamos la sensación de que íbamos a descubrir alguna verdad, algo importante. Algo que nos explicara a nosotros mismos. Y bueno, quizá no fuera para tanto... pero recuerdo que al terminar nos tomamos un 'mosto' en uno de los bares de txikiteo cercano. Y ella brindo con nosotros por "un futuro lleno de arte y diversión".

Pues bien. Han pasado los años y aquel brindis, querida Merche,  nunca lo olvidé. Luego llegaron otros centros, otras experiencias artísitcas... y siempre la misma ilusión de que cuando uno entra a conocer un Museo va a abrir una parte de él desconocida. Para bien o para mal. El arte es algo más que dinero o técnica. Es sentir. O por lo menos así lo veo yo desde mi propia experiencia personal (quizá lo más valioso que cada uno podemos tener). El arte es puro sentimiento. Olvidarse de prejuicios y buscar entender las cosas por lo que nos transmiten. Y si no transmiten nada, pues asumir que para uno no es arte; pero que para otras personas puede serlo.

Por eso, cuando en Louvre me reencontré con la Victoria de Samotracia me derrumbé. Jamás he visto una obra de arte mejor expuesta. Ni 'Las Señoritas de Avignon' del MOMA, las interminables pinturas italianas de la Galería de los Uffici,  ni mi querido Modigliani, ni las preciosas Meninas en el Museo del Prado o por su puesto la agobiada Giocconda en el mismo museo francés. 
Tras una enorme escalinata de piedra forjada y sobre un pedestal de piedra espera tranquila que la visites. Subes tranquilamente la escalera mientras la luz de la estancia se transforma en serenidad y tus pasos cada vez son más ligeros. Y de pronto... allí esta esa escultura sin brazos pero con dos alas de ángel preciosas. Sin cabeza pero andando con paso firme hacia la victoria, hacia la grandeza.

Esta escultura griega fue descubierta en 1863 en la isla que le da nombre. Merche nos contó su historia en una des sus clases y sé que ella la adoraba. El pedestal de la obra de arte es la proa de un barco. Una base igual de bella que la escutlura y sin la cual, no se puede entender esta obra de arte.  Porque la Victoria de Samotracia viaja en ese pedestal desafiando al viento que mueve sus ropajes. Extendiendo sus alas... Hacia adelante... Viajando hacia el futuro sin miedo. Sin ningún tipo de miedo.


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