sábado, abril 23, 2011

Casas de barro.


En el pueblo donde nació mi padre hay casas de barro y paja. Paredes de maderas cruzadas, algo de arena desgastada que cuando las tocas se deshacen en tus dedos. Por eso son paredes gruesas y toscas, algunas encaladas, otras mostrando su vejez... En el pueblo de mi padre las casas son de adobe. Casas de barro, las llamo yo.

Y esas paredes gruesas esconden vidas. Vidas silenciosas que apenas salen a la calle. Que miran por los visillos discretamente cuando ven pasar a un 'forastero' con su sobrino montado en la bici pegando gritos de alegría. ¡Es primavera y hay que estrenar la temporada de bicicleta!

Esas paredes me han acompañado siempre en mis veranos calurosos en la 'Tierra de Campos'. Me daban sensación de fresquito. Me protegían del sol en agosto y me resguardaban en las gélidas navidades. Y he aprendido a amarlas y valorarlas. A tocarlas con mimo y desear que con el paso del tiempo no se desgasten demasiado como placas viejas de tiempos pasados. Son parte de mi paisaje de descanso. Del lugar donde vengo a silenciar el tiempo, a recargar pilas gastadas y volver a empezar... Tiempo de regresar, tiempo de reiniciar.

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