martes, octubre 20, 2009

Cruce de caminos



Van y vienen. Se cruzan. Nadie se detiene. Ni se mira a la cara. Pero eso sí, nadie se tropieza. Ni duda en la zancada. Lo llaman prisa. Esto es un lugar de paso y eso se nota. Nadie quiere permanecer quieto y sin embargo es el lugar donde más se siente el orden y la paz de toda la ciudad. Orden y silencio. Es la Estación Central de Nueva York.

Arquitectónicamente es una obra maestra. Una gran bóveda amplia y luminosa nos da la bienvenida y cae sobre los viandantes. La luz entra por impresionantes ventanales que proyectan los rayos de sol al suelo. Como en una catedral de bellas vidrieras. En su techo está dibujado el firmamento con una meticulosidad fascinante. Astros y constelaciones guiando los pasos del que lo mira. Eso sí, está al revés porque el autor tomo como modelo un mapa celeste medieval y en esa época era tradición pintarlo así. Y los viajeros siguen las estrellas de un lado para otro.
Cuando entré en este edificio, con los pies cansados y la mirada perdida después de tanto recorrido, jamás imaginé que el silencio iba a emocionarme. Un silencio armonioso de gente que va y viene. Que no dice nada porque tiene muy claro hacia donde va y que como en una coreografía, cada uno tiene muy claro su papel y nadie distorsiona el lugar: Los que miran los carteles de información. La pareja que se despide en una esquina. Los turistas con sus guías y sus pies cansados. El ejecutivo que sale de la puerta 8 para ir a la 16 al otro lado de la estación.... Todo rápido, rápido... pero a la vez tranquilo. Seguro.
Extrañamente este fue uno de los lugares que más me emocionó de la ciudad. He conocido muchas estaciones de tren y autobús. A veces pienso que demasiadas. Estaciones frías, presuntuosas, provisionales, apagadas, en ruinas, alegres... pero la Estación Central de Nueva York es diferente. Es la prisa hecha arte. Un trabajo sencillo con pequeños artistas que ellos mismos no saben que lo son: los pasajeros.

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